Creces, experimentas, aprendes, crees saber cómo funcionan las cosas, estás convencido de haber en­contrado la clave que te permitirá entender y enfrentarte a todo.
 Pero después, cuando menos te lo esperas, cuando el equilibrio parece per­fecto, cuando crees haber dado todas las respuestas o, al menos, la mayor parte de ellas, surge una nueva adivinanza. Y no sabes qué res­ponder.
Te pilla por sorpresa. Lo único que consigues entender es que el amor no te pertenece, que es ese mágico momento en que dos personas deciden a la vez vivir, saborear a fondo las cosas, soñando, can­tando en el alma, sintiéndose ligeras y únicas.
Sin posibilidad de razo­nar demasiado. Hasta que ambas lo deseen. Hasta que una de las dos se marche.
Y no habrá manera, hechos o palabras que puedan hacer entrar en razón al otro. Porque el amor no responde a razones...

Feliz

Feliz de ser solo yo la que termino enamorandose en esta dupla porque tu te salvaste del martirio que es enamorarte de alguien que ni siquiera te considera una persona digna de amor.

Feliz me siento, no lo puedo negar por saber que tu no sufriras la desgracia de tener que olvidarte de alguien como yo. 
Porque debe ser terrible olvidarte de un amor por el cual hasta dabas la vida, un amor que podria aguantar todo menos que no fuera compartido.
Feliz, mi niña, asi me siento cuando me doy cuenta de que tu no sufriras, ni trataras de sacarte el amor entre botellas de tequila.
Feliz al entender que nada perturbara tu sueño, ni siquiera un solo pensamiento con mi nombre, feliz porque no hubo una sola verdad en tus palabras que fueron solo eso.